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Sindicatos del transporte conmemoran el día de La Lealtad

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Había sido extensa la noche. La anarquía y el caos, el despilfarro, la soberbia, el desprecio y el engaño reinaban en el país, enajenado por oligarcas y petulantes al servicio británico.

 

Un pueblo a la deriva se debatía en la marginalidad, la miseria y la desesperación. Una Nación permanecía en el letargo de la inacción, de la mano del contubernio oficial. Se imponía sacudir esa modorra letal. Se preparaba un nuevo fraude electoral.
Propietarios de ingenios, de obrajes, banqueros y ganaderos habían organizado de forma meticulosa la "sucesión" de Ramón Castillo, integrante del más rancio conservadurismo. La artera maniobra fue impedida con las primeras luces de junio de 1943.

 

La Revolución tenía un ideólogo que permanecía a la espera detrás del trono. Estructuró y compaginó cada mecanismo del engranaje. Tenía un claro proyecto político y una inédita cosmovisión de los problemas nacionales. No era un enviado. Era un argentino. Diferente, en apariencia y en la profundidad de los contenidos.

 

La tarea desplegada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión -que sucedió al anacrónico y antiguo Departamento Nacional del Trabajo- cosechó los frutos de la redención dos años después.

 

El mundo se debatía en una guerra interimperialista. La Argentina era una isla desarmada en el marco de tamaño juego de poderes.

 

El pueblo estaba desorganizado y ocupaba un espacio marginal. Todo se realizaba a sus espaldas. La explotación y la expoliación de las masas continuaba imperturbable. Pero el país era un volcán a punto de ebullir. Los trabajadores comenzaban a creer y visualizaban hechos y no retóricas, sofismas y eufemismos.

 

El 17 de Octubre hizo añicos la era agro-pastoril y de peones flacos para escribir otra historia.

 

El pueblo tomó el control del Estado y selló con su jefe un pacto nacional y perenne. Octubre del `45 desmitificó y destruyó la teoría elitista de la política e hizo realidad el gobierno de un pueblo dispuesto a construir su propio futuro como ente individual y comunitario.

 

Ese 1945, que abrió una profunda cuña histórica, fue decisivo para forjar el nuevo destino. Más allá de los puentes levantados, de la participación popular en los niveles de decisión y de las conquistas, el 17 significó la ruptura de un sistema y el nacimiento de la democracia social, no de la socialdemocracia.

 

El sistema tuvo una base de sustentación de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo -como instrumentó el fascismo-, con una cultura del trabajo y de las propias posibilidades, que hicieron factible el crecimiento sostenido operado durante una década.

 

"Era el subsuelo de la Patria sublevado", interpretó Raúl Scalabrini Ortiz, el trueno de octubre de 1945. Buenos Aires, refinada y culta, reflejada en el espejo de Europa, con sus barrios pintorescos, sus ladies y gentlemen de educados ademanes, asistía horrorizada al espectáculo de una "turba" que reclamaba su ingreso al libro entonces en blanco de la evolución política.
Fueron días de incertidumbre y nerviosismo. El accionar desplegado por Perón despertó recelos en la dirigencia política tradicional y en los propios hombres de la Revolución. Luego de dos años el Ejército, al mando del general Eduardo Avalos, interpretó que "hacía y deshacía" y que su poder ya "no tenía límites".

 

Una conspiración interna hizo insostenible la situación. La totalidad de la partidocracia, aglutinada en la Unión Democrática, presionó y reclamó "elecciones libres" y la entrega provisional del gobierno a la Corte Suprema de Justicia. Azuzó la realidad con un pintoresco pic-nic en la Plaza San Martín y la célebre Marcha de la Constitución y la Libertad. Allí se reunieron todos. Desde el impertinente embajador Spruille Braden hasta el socialismo.

 

Perón fue detenido, obligado a renunciar a todos sus cargos y trasladado a la isla Martín García. La sociedad porteña se tranquilizó. La historia, empero, suele cobrar su precio a quienes no saben interpretarla. La semana de octubre fue particular. El conurbano industrial, lenta y de forma silenciosa, comenzó a movilizarse. Había inquietud, dudas, interrogantes.

 

Las conquistas laborales comenzaron a ser violadas de forma inmediata por los patrones al grito de "vayan a cobrarle a Perón".


Hubo asambleas, plenarios, estentóreos gritos revolucionarios y expresiones más moderadas. La CGT declaró un paro nacional para el 18 de octubre. Pero los trabajadores franquearon las formalidades. En la madrugada del 17, grupos cada vez más numerosos de obreros provenientes de los barrios más humildes de la Capital y el Gran Buenos Aires empezaron a trasladarse hacia la Plaza de Mayo.

 

"Allí, mezclado con esa enorme multitud, alegre y feliz, ví al pueblo por primera vez. Hasta ese momento no lo conocía". Así rememoró José María Rosa la marcha de las columnas de "cabecitas negras" que se adueñaron del centro. Ese día marcó la incorporación del "aluvión zoológico" a la vida política.

 

La historia argentina se caracterizó por el fenecimiento de los movimientos populares tan pronto como sus mentores desaparecieron del escenario político. Rosas, exiliado y muerto, fue integrado a la argentinidad sin que sus seguidores pudiesen materializar un movimiento popular que inmortalizara su ideario.

 

Otro tanto ocurrió luego de la muerte de Hipólito Yrigoyen. La alvearización del radicalismo, su incorporación a la "concordancia" y el olvido de sus banderas desperdigaron a los fieles chacareros que lo acompañaron. En 1945 también se enfrentaron dos grandes fuerzas bien diferenciadas: el pueblo y el odio liberal apoyado por los imperios y los agentes nativos.

 

La Argentina era una graciosa "perla de la corona británica", mientras Europa agonizaba. La "década infame" había prostituido los valores nacionales y degradado la dignidad de su pueblo.